
Me encantan los cambios de estación. Es una manera de renovarse, de guardar en una caja un pedazo del año. Es extraño pero esta vez me alegré de dejar atrás el verano, entró con mucho alboroto porque cuando se terminaba la estación anterior empecé a experimentar reacciones extrañas en mi corazón, y tenía muchas ganas de llevar sandalias muy altas y de maquillarme, de reir sin parar, de bailar... pronto esas sensaciones se convirtieron en nostalgia y esa música que me hacía bailar ya no la podía escuchar sin notar un nudo en la garganta. Así que cuando entendí que Octubre ya no me iba a sorprender con otro día de calor exagerado decidí que era el momento de deshacerme de esas sandalias que tanto había llevado y tan feliz me habían hecho pero que su suelas estaban tan estropeadas de tanto bailar.
Mi buen amigo Pablo, me dijo que ni se me ocurriera tirarlas, que él se las llevaría a su tienda-taller y las transformaría, que hay que guardar siempre recuerdos. Solamente Pablo con su metro ochenta y cinco de estatura y su pinta de aristócrata es capaz de coger una silla de un contenedor en Sitges viendo todo su potencial y transformarla en una creación a lo Philippe Starck. Así es como el pasado sábado Pablo transformó mis sandalias cansadas de bailar en unos bonitos collares preparados para vivir este otoño con la máxima intensidad.